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La Biblioteca Popular de Paraná instaló sus anaqueles en la Costanera Baja e invitó a los paseantes a compartir “el placer de leer junto al río”. Postales de una siesta diferente, bajo un sol radiante y con buena literatura.
Inesperadamente se limpió el cielo pasado el mediodía. Parecía un domingo perdido, definitivamente gris, macilento. Sin embargo, las cosas cambiaron de un momento a otro y casi de inmediato la gente empezó a bajar las barrancas para andar cerca del río. Los puesteros que ofrecen desde vasos de vidrio a ropa de bebé o juguetes de madera a un lado de la Escuela de Aerobismo, súbitamente recuperaron el ánimo con la visita de cientos de paseantes invitados por el sol amigable de la siesta.
Se siente ahora el olor del río, pero también el aroma a fritura de los puestos clavados bajo la barranca, se escuchan los anuncios de publicidad de los autos que van con el volumen al mango y ya se filtra la pelea electoral, con un jingle que impacienta y unos militantes que reparten la foto de su candidato. La gente, en tanto, pasea, consume poco y toma mate tras otro. De eso se trata el paseo después de todo. Hay una voz, una voz que propala un parlante, bastante alto por cierto, con un mensaje que no encaja: “¿Leiste Ojos Azules de Pérez Reverte?”, pregunta la voz y completa: “te lo recomiendo, el próximo libro que compremos lo podés elegir vos”. Corte con música y otra vez: “¿Sabías que en la Biblioteca Popular tenemos las obras completas de Freud y los seminarios de Lacant?”. Música y más invitaciones.
Los voluntarios de la centenaria institución local se instalaron sobre el final de ese pasaje de puestos heterogéneos. Uniformados con remeras amarillas, reparten un suplemento que detalla los 591 libros que compraron en la última Feria, invitan a firmar el libro de la biblioteca y también a consultar las dos estanterías con volúmenes que instalaron sobre la explanada.
La invitación es tan sencilla como cálida y original: la idea es que la gente se sume “al placer de leer junto al río”.
Lectores. Ya organizaron una noche de cuentos en pijama en el edificio de la Biblioteca, están impulsando la segunda edición de un concurso literario y exhiben ahora, con orgullo, la nómina de la mayor compra de libros que haya hecho la biblioteca alguna vez. Se puede hacer, todo se puede hacer, por el trabajo ad honoren de los voluntarios y porque la institución duplicó su masa societaria. “Esto es una campaña de promoción, pero no es simbólica, va más allá de la presencia y tiene resultados concretos. La gente después se suma a la Biblioteca”, sostiene el presidente de la entidad Iván Brizuela.
Se acercan dos hermanos a los exhibidores: el varón elige un libro de María Elena Walsh –El diablo inglés- y la nena va por un Gaturro, del humorista gráfico Nik. Una señora se queda con una novela de Cristina Bajo y un muchacho se aleja en busca de un espacio cómodo y soleado con un libro de cuentos de Gustave Flaubert. Esa es la escena que representa la actividad: echarse al sol, con la modorra cálida de la siesta, entrecerrando los ojos, y permitiendo que la literatura se ramifique en la conciencia, consumiendo el espacio de las cosas aparentemente reales. Que gane y se quede modificando la realidad, su peso, su contundencia, con ese don alado, liviano y trascendente.
Ahora se cortan las invitaciones amplificadas por parlantes comienzan las lecturas: Brizuela elige Chaucha y Palito de Walsh, Eliana –de 11 años– narra un cuento de Elsa Bornemann y también hay Fontanarrosa y más Walsh y la sorpresa de la gente que pasa y se queda siguiendo la musiquita que forman las palabras cuando se reúnen con pericia para contar una historia que invita a entrecerrar los ojos y echarse al sol, felizmente. Como sucede ahora, en esta siesta del Parque, curiosa y suave.
Publicado por: El Diario de Paraná.
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