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viernes, 19 de noviembre de 2010

Lola Mora, controvertida y genial artista


La vida de Lola Mora se presenta desde un principio controvertida, ambigua, y no deja de sorprender a quienes se adentran en la historia de esta particular mujer que fue pintora, escultora, inventora, urbanista y se dedicó además a la búsqueda de petróleo en la provincia de Salta.
Sobre su origen, que se disputan tucumanos y salteños, una versión afirma que nació en Trancas, un pueblo al norte de Tucumán lindando con Salta. Otra versión -aceptada hace poco tiempo y teniendo en cuenta documentación encontrada- sostiene que nació en una estancia en la localidad de El Tala, departamento de La Candelaria, en la provincia de Salta. Algunos historiadores, contradiciendo esta última versión, aseguran que la artista nunca afirmó ser salteña.

Sobre su nacimiento también existen polémicas. Algunos biógrafos consigan el 22 de abril de 1867 como fecha de su nacimiento, mientras que otros aseguran que nació el 17 de noviembre de 1866. Esta última fecha fue tomada oficialmente y es por eso que el Congreso Nacional instituyó -a partir de 1998- esta fecha como el Día Nacional del Escultor.

Dolores Candelaria Mora de la Vega fue la tercera hija del tucumano Romualdo Alejandro Mora y la salteña Regina Vega. El matrimonio tuvo 7 hijos en total: Paula, Regina, Dolores, José Cruz, Alejandro, Romualdo y Ángela.

Su padre, de sólida posición económica, preocupado por que sus hijas tuvieran una buena educación las matricula en el Colegio Sarmiento, primer instituto para niñas donde estudiaban las hijas de las familias tradicionales de Tucumán. La vida de Lola transcurre apaciblemente en la hermosa casona familiar, con excelentes calificaciones en el Colegio, hasta que en 1885 mueren sus padres con diferencia de unos pocos meses. Su hermana mayor Paula se casa al poco tiempo y con la ayuda de su esposo se hacen cargo de sus hermanos menores.


Sus comienzos en la pintura


En 1887 llega a Tucumán el pintor italiano Santiago Falcucci quien comienza a dictar clases en el Colegio Sarmiento al que concurre Lola Mora. Según el propio Falcucci a ella "le gustaba mucho pintar flores, cosas de fantasías, caprichos y sufría siguiendo un camino regular, metódico y a escondidas pintaba y dibujaba cosas que a ella le gustaban".

En 1892 la Sociedad de Beneficencia de Tucumán organiza una exposición conmemorando el IV Centenario del Descubrimiento de América y las jóvenes artistas exponen sus trabajos con la supervisión del maestro Falcucci. Si bien la producción de Lola es la mejor, las damas objetan la presencia de una joven que no desciende de una familia tradicional de la ciudad. Falcucci defiende a Lola amenazando a los organizadores con el retiro de todas las producciones. Finalmente Lola es aceptada y la joven presenta el retrato Alberto León de Soldati, un reconocido intelectual de la ciudad.

Dos años más tarde Lola presenta una serie de retratos de gobernadores de Tucumán que es muy bien recibida por la crítica de entonces. Comienza de esta forma su relación con los gobernantes y con el poder, algo que será una constante en su vida y por lo que cosechará innumerables críticas a lo largo de su vida.


Lola Mora viaja a Europa


A medida que se va consolidando como artista plástica, no se conforma con estudiar en el taller de Falcucci y empieza a rondar en su cabeza la idea de viajar a Europa para continuar sus estudios. Con el apoyo del presidente José Evaristo Uriburu que refrenda una ley votada en el Congreso, la artista es becada para viajar a Italia, donde el embajador argentino Enrique Moreno se convertirá en un fiel apoyo, recomendándola entre la gente ligada al arte y entre personas allegadas al poder.

Por esos años, Italia era un referente insoslayable en la creación artística y Lola busca estudiar con uno de los más prestigiosos maestros de la época: Francesco Paolo Michetti. Pero estudiar con Michetti no es para cualquiera y no bastan las cartas de recomendación de Santiago Falcucci, su antiguo maestro, ni del embajador Moreno. A la negativa del maestro se contrapone la insistencia y perseverancia de Lola. Finalmente Michetti acepta como alumna a esta mujer de treinta años, talentosa y con una personalidad formidable.

Más allá de las lecciones de pintura que recibe del maestro Michetti, Lola comienza frecuentar el estudio del escultor Giulio Monteverde quien es el artífice del paso de la artista de la pintura a la escultura.

En Italia, Lola no es una típica artista; no vive en bohardillas e inmersa en un ambiente bohemio; más bien todo lo contrario. Vive en el exclusivo barrio romano de Ludovisi, haciendo gala de una buena posición económica, cultivando la amistad de personajes poderosos como la reina Margarita de Saboya y su nuera Elena de Montenegro, además de diplomáticos, y gente adinerada.

Según Carlos Páez de la Torre y Celia Terán, autores de una biografía de la artista, "lo primero que se impone de la personalidad de Lola Mora es la claridad de los objetivos que supo fijarse. Si el solo hecho de habérselo planteado ya es suficiente para otorgar singularidad a su figura, en el lugar y el medio en que le tocó nacer, qué decir cuando se tienen en cuenta sus pasos posteriores".


Su regreso al país


Lola Mora regresa a Buenos Aires a mediados de 1900 y comienzan los proyectos de una obra que se colocará en la Plaza de Mayo y un bajorrelieve para la Casa de Tucumán. Es la primera vez que una mujer realiza un monumento para colocar en el centro de Buenos Aires, en un tiempo donde la sociedad está marcada por los hombres.

Lola Mora comienza con el trabajo en lo que será La Fuente de las Nereidas, más conocida hoy día como "la fuente de Lola Mora". Durante dos años se discute si es conveniente su emplazamiento frente a la Catedral de la ciudad -debido a sus desnudos- y finalmente se dispone en la plazoleta de Alem y Juan D. Perón.

El 21 de mayo de 1903 se inaugura La Fuente de las Nereidas con la presencia del intendente Alberto Casares, el pintor Ernesto de la Cárcova y el paisajista Carlos Thays. Con la realización de este monumento, la artista obtiene nuevas becas y nuevos encargos como las cuatro estatuas del Congreso Nacional, el monumento a Aristóbulo del Valle, la alegoría de la Independencia y el monumento a Juan Bautista Alberdi.


Luego de la inauguración de La Fuente de las Nereidas, Lola Mora trabaja en las estatuas que adornarán la escalinata y la puerta del Congreso Nacional. Uno de los ayudantes de la artista es el joven Luis Hernández Otero, un empleado del Congreso que en esa relación de maestra y discípulo se enamora de Lola, una mujer de 42 años, de quien se rumorea su bisexualidad y de haber sido amante del presidente Julio A. Roca.

En 1909 la escultora se casa con Hernández Otero y durante los primeros tres años de matrimonio la pareja trabaja en Roma. Por esos años se suceden las inauguraciones de monumentos en distintos puntos del país pero crece la polémica sobre las obras de Lola en el Congreso. El diputado Pedro Agote pide trasladar las estatuas. Por esos años crecen las ideas socialistas y radicales en contraposición a los gobiernos conservadores a los cuales la escultora ha estado ligada durante muchos años.


La decadencia


Son muchos los que afirman, por esos años, que la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX, identificada con el lujo, ampulosa, y extremadamente europeizada debe concluir. Lola Mora, que para ellos encarna eso que ellos critican, sufre las consecuencias. Las esculturas del Congreso son quitadas, durante muchos años permanecen en un sótano y tienen su destino final en la ciudad de San Salvador de Jujuy, donde Lola Mora es nombrada Directora de Plazas y Parques de la capital jujeña en 1915. Hoy se las puede ver adornando las veredas de la Casa de Gobierno de Jujuy.

En 1917 Lola se separa de su esposo Hernández Otero y un año más tarde el intendente de Buenos Aires, decide el traslado de la Fuente de las Nereidas a la Costanera Sur, su emplazamiento actual.

Lejos están los tiempos de esplendor, del reconocimiento público, de lujos y del buen pasar económico. Por esos años, deja de lado la actividad artística y trata de llevar adelante varios proyectos. Se dedica un tiempo a la prospección de petróleo en Salta, participa como contratista en la obra del tendido de las vías del Ferrocarril Transandino del Norte, conocido mundialmente como el Tren de las Nubes, desarrolla tareas como urbanista, realizando el trazado de calles en San Salvador de Jujuy, además de tratar de desarrollar un sistema de cinematografía color, que no resultó exitoso.

Con 67 años a cuestas y agobiada por las deudas, Lola regresa a Buenos Aires en 1933. Vive en un departamento junto a sus sobrinas que son las encargadas de cuidarla. El gobierno le otorga una magra pensión en 1935, gracias a las gestiones de un diputado salteño.


Postrada en cama luego de sufrir dos ataques, Lola Mora muere, a los 69 años, el 7 de junio de 1936. Sus obras permanecen, con la pátina del tiempo, como fieles testigos de otra época, de la Argentina esplendorosa de principios del siglo XX.


Publicado por: El Diario de Gualeguay.

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